Esto no es un paréntesis, es tu vida.

Tu vida vista como una cápsula de todo lo que eres condensado en un mes y quien sabe cuántas semanas más.

Espero que sigas viviendo tanto o más como lo hacías antes. Que a pesar de no salir, sigas buscando en tus recuerdos momentos que te sigan manteniendo en pie.

Espero que no seas demasiado dur@ contigo mism@, por no haberte fijado objetivos, por no cumplir retos. Lo verdaderamente importante habrá sido llegar a la meta. Tod@s.

Espero que cuando todo pase, valores aún más la libertad que tenías, sin restricciones de ningún tipo. Que sigas disfrutando de tu ciudad, a la que tanto amas y odias a partes iguales, que sigas descubriendo edificios, que sueñes con los áticos del Retiro y que sigas adivinando el destino de los aviones perdidos.

También, espero que extraigas la mejor de las lecciones. Esa que aprende uno mismo a base de introspección y auto compasión. Medítalo. Que valores lo que ya tienes, que anheles lo que tenías y que te comprometas con lo que vendrá.

Espero que mires con otros ojos, al que te atiende detrás de una caja registradora, a quien te lleva tu pedido o quien limpia aquello por donde pisas. Ellos, también te están salvando.

Espero que hayas recuperado hábitos perdidos y te hayas reencontrado más contigo mismo. Que no tengas miedo al silencio y a los tiempos no cumplidos. Que sigas reparando en los detalles, esos que se pierden en la cotidianidad de lo sencillo, pero que ahora más que nunca, son los que nos mantienen vivos.

Deseo tanto como tu que todo pase, pero cuando pase, espero que guardes cada videollamada, cada momento compartido, cada rayo de sol a través de la ventana, cada aplauso, cada salida a la calle y en definitiva, cada segundo vivido para recordarlo siempre que te des por perdido.

Pero sobre todo, espero que este tiempo te haga sanar por dentro, para brillar aún más, y gritar cuando salgamos corriendo, que sí, que seguimos todos aquí.

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Desde mi ventana

Desde mi ventana veo la vida pasar. Ni más rápido ni más lento. En la justa medida en que tienen que pasar las cosas. Asomarse a la ventana es un soplo de aire limpio y fresco, es transportarte a lo que antes solía ser.

Es mirar todo desde otro punto de vista. No más triste ni más melancólico, sencillamente diferente.

Porque cuando te sacuden tan fuerte, no hay lágrimas, ni vías de escape ni reproches. Solo silencio y relativa calma.

Estar en casa, es estar bien. Menos móvil y más descansar. Menos mensaje y más video llamada. Nunca el volver a las raíces fue tan sanador, a pesar de todo.

Mi ventana como escaparate de lo que pasa o como vía de escape cuando todo estalla. Nunca una ventana fue el objeto más preciado para muchos y punto de encuentro para otros.

Desde mi ventana siempre sale el sol, aunque en días como los de hoy predomina más el gris. No importa. Sé que mañana volverá a salir.

Desde mi ventana, el tiempo no vuela, ni corre, ni se para. Sencillamente pasa, como pasan los días intentando llenarlo de cosas que nunca volverás hacer. O sí.

Mi ventana como la mejor de las pantallas para ver y sentir que seguimos vivos, a pesar de los años, a pesar de los daños. Mi ventana como la mejor pista de despegue de proyectos más presentes que futuros.

Para, resetea y piensa que lo verdaderamente importante siempre lo has tenido y nunca lo has vivido tanto como ahora. Tu salud, tu familia, tus amig@s. Tu VIDA.

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Aprendizajes

Aprendí a dar segundas oportunidades y contra todo pronóstico caer, aunque sea en la cuenta de que hay cosas que nunca dependerán de ti. Aprendí, que a veces hay que dejar ir, para que, si un día vuelve sea más sereno, pausado e indoloro. Aprendí a tolerar y no juzgar. Hacerme un escudo ante vibras raras e historias sin sentido. A que al miedo, no hay que juzgarlo, solo observarlo y dejarlo ir.

Aprendí a que te pueden querer en la distancia y que, a veces, brillamos tanto que dejamos luz en otros a pesar de los años, a pesar de los daños.

Aprendí a que las cosas no salen como tu quieres sino de la manera en la que extraes tu propia lección.

Aprendí a ser más flexible, más soluble y menos densa.  A tolerar los grises y alejarme de los extremos. A defender mis valores, mis emociones y mi libertad de sentimientos aunque ello implicase ser más vulnerable y levantar un muro solo apto para valientes. Aprendí que la honestidad era un valor en alza en ellos y con el tiempo convertirlo en requisito fundamental.

Aprendí a ser pausada y liviana en mis objetivos. A no correr sin sentido y dejar que el tiempo me dé los motivos.

Aprendí a no obsesionarme, a conectar 7 minutos al día con el silencio, a leer sin prisa y dormir de día.

Aprendí que lo estipulado no es lo correcto. Que aunque arriesgues nos siempre ganas y que aunque quieras no siempre quieren. Aprendí demasiado en poco tiempo. Sin embargo, todavía tengo más tiempo para desarrollar lo aprendido y no caer en  el olvido.

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Confía

Si confías todo sale. La confianza en uno mismo es el único pilar que jamás te podrán arrebatar. Si confías en ti tienes parte del trabajo hecho y medio camino andado.

Tener confianza en uno mismo es de carrera de fondo, es de haberte caído unas cuantas veces y haberte levantado con más ganas y fuerzas que nunca. Se escribe rápido y se aprende lento. La confianza, a veces se pierde, pero si consigues perpetuarla a lo largo de los años serás indestructible.

Confiar en uno mismo, es apostar en ti como un valor en alza y situarte como una luz en el firmamento de los valientes. Esos, que a pesar del miedo siguen su camino.

La confianza se aprende con los años y se pone en práctica a base de experiencias. Hasta de las peores consigues sacar lo mejor de ti. Parece fácil, pero la confianza en un mismo llega, quizás, cuando más la necesitas. Porque, en el fondo, todo lo bueno llega cuando tú más lo necesitas. Confía.

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Seguir creciendo

Sabes que has crecido, cuando afrontas todo con otro punto de vista. Menos drama y más aprendizaje. Menos pena y más alivio. Crecer por dentro es apasionante. Fuera prejuicios y lecciones externas, porque la teoría ya la llevas aprendiendo un tiempo atrás. Por eso, ante eventos esporádicos y días atípicos, respiro, analizo y me escucho. Dejo que fluya y sigo mi camino, a pesar de algún que otro daño colateral.

Desprenderte de toxicidades, estereotipos y opiniones vacías te dan la ventaja de seguir creciendo.

Espero que este año te encuentres con muchas oportunidades para crecer. Y aprender, que a veces llorar, no es retroceder sino aliviar. Ójala este año vivas más el ahora y te despojes de casi todo lo que tienes dentro, porque cuando vayas limpia de prejuicios y sincera en emociones serás más libre, más pausada e inmensamente más feliz.

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2 0 2 0

A tí, mi futuro más próximo, mi lista de deseos por no cumplir, mi año en blanco lleno de hojas por escribir. De primeras ya me gustas, por eso de no tener ningún tipo de expectativas ni juicio sobre ti. De tener cero pretensiones y sin embargo, tener ganas de ti, y así, con el tiempo poder decir: «Fué un gran año para mí».

2020. Espera que lo repito, que ni me creo que estemos así. Y todo, depende como se mire, porque desde el primer día que te conocí, comprendí que ahora soy mejor versión de mi. Y es que solo podría pedir que el paso de los años me confirme lo que siempre intuí: «qué bueno que te viví».

2020 que lo que tenga que venir sean versos para poder escribir. Y de vez en cuando decir, ¿en serio, esto es para mi?

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La imprevisibilidad de la vida

Las mejores y peores cosas de la vida pasan cuando no te lo esperas. Supongo que para que sepas disfrutar del momento presente, aunque no lo hagamos. Una de las mejores cosas me pasó gin tonic en mano y en mitad de una pista de baile a 400km de distancia de lo realmente importante. Luego, entendí, que yo ya estaba celebrando la vida. Otras, vienen sin avisar, en un viernes cualquiera o en una comida sin más. Entonces, no esperes tener un plan de contingencia, porque como todo lo imprevisible te pillará sin escudo emocional y sin lágrimas para llorar.


La imprevisibilidad de las cosas, el aquí y ahora, el no le des muchas vueltas que ya me encargo yo de romperte los esquemas.

Nada será como esperas. Por eso, ante la imprevisibilidad de la vida y los planes a largo plazo sin cumplir, el mejor antídoto que pueda existir es el ahora o como otros le llaman el «Mindfulness». El ser consciente de este preciso momento en el que estás leyendo esto. De ese preciso momento que te planteas adónde ir o de ese preciso momento en el que decides no escribir. Porque lo verdaderamente importante siempre ocurre en «ese preciso momento» en el que tu ni siquiera, lo estarás viviendo.

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Perderse para encontrarse

Esto era algo premonitorio.

Pues eso, piérdete. Aunque a veces te obliguen a perderte. Piérdete y acepta que lo estás. Llora, todo lo que tengas que llorar. Y cuestiónate todo. Porque cuando estás perdid@ no pensarás más allá en como encontrar el camino, y te darás cuenta que el camino ya lo estás haciendo. Adiós planes de futuro. Hola planes del presente. Todavía no lo sabes, pero perderte es lo mejor que te puede pasar. Siéntete agradecida a los precursores de tu pérdida y a los acontecimientos inesperados.

Estos que llegan sin previo aviso y provocan una tormenta perfecta que ni tu misma sabrás como afrontar. Por suerte, como en toda tormenta y mar bravío siempre hay faros que te guiarán.

A veces, perderse es la mejor salida cuando ya no hay salida. Piérdete y cuando generes tu propia duda verás que no hay duda, porque la solución ya estaba en ti.

Tu, que ahora te revuelves pensando más de la cuenta, verás que tu mejor versión será posterior a tu momento más convulso, a tu caída más libre y a tu yo más perdido.

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La Familia

Porque hasta cuando no hay nada, siempre hay algo. Ellos. La Familia, como institución de tu vida, pilar de tu casa o salvavidas de tu propia vida. A veces, todo se reduce a un día con ellos, una buena comida o una tarde tonta de domingo.

En la familia se nace pero a veces, también se hace. Tienes suerte si dispones de las dos. Tú también eres afortunad@. Las mejores palabras, los mejores consejos siempre vendrán de ellos.

Expertos en tornar en luz los claroscuros, en devolverte a la vida y en recuperar almas perdidas. La Familia es eso, un bote salvavidas que navega junto a ti, por si la tormenta se complica más de la cuenta y sin darte cuenta encallas en algún lugar perdido del mar.

Da igual cuántas veces caigas o encalles porque ellos siempre se encargan de mantener el camino libre de piedras.

Cuánto más mayor te haces, más valoras lo que tienes y a quiénes están. Y esto, es quizás la respuesta a muchas de las cosas que te preguntarás.

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Almas libres

Yo también creo que sea un alma libre. De esas que en el fondo no tienen ataduras, independientes, volátiles, intensas. Que no esperan eternamente y se despiden en silencio.

Ser alma libre no es volar sol@, sino acompañad@ pero con independencia de los demás. Ese es quizás el verdadero amor. El más puro y sincero. El que nace de la libertad de uno mismo.

En primer plano; paloma alzando el vuelo. En segundo plano; las calles de Lisboa

Las almas libres pocas veces se encuentran, por que en el fondo siempre hay un@ más libertino, más impulsivo y más intenso que el otro. Y menos mal. Así, hay compensación de intensidades.

Las almas libres vuelan alto, a veces caen, más de las que debieran, pero esa, es quizás la contrapartida de querer vivir más en el presente que en el futuro.

A las Almas libres quizás se las vea venir más de la cuenta. Son extremadamente puras, sencillas, aunque con ciertos toques de complejidad extrema que ni ell@ mism@ entienden. No siguen un camino pautado, y la vida a veces se les queda corta por las ansias de inmensidad que tienen.

Supongo que con el tiempo se calman, vuelven a sus orígenes más pausados y menos convulsos pero con la misma identidad con las que siempre alzaron el vuelo.

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