A veces, no es cuestión de lucha. Solo de aceptación, que no resignación. Es ese punto medio entre «esto es lo que hay» y esa fe interna e inquebrantable de «esto es lo que yo puedo hacer».
Esta, quizás sea la batalla más dura, silenciosa y latente que tendrás en tu vida.
Encontré el equilibrio cuando dejé de luchar conmigo misma y acepté que todo en mí está tan bien como siempre imaginé. Que la perfección ya está en nosotros, y que no depende de cuán bien te salgan las cosas sino de la excelente gestión que hayas hecho o de la lección extraída después de lo vivido. Esa es la verdadera victoria. No la olvides.
La lucha no es el camino. Nunca estuve tan en calma cuando afuera todo se derrumbaba. Nunca hallé tanta paz entre tanta guerra.
Cuando respiras como si fuese la primera vez y vives como si fuera el último día, pocas cosas resultan tan importantes como el simple hecho de seguir vivo.
Cuando dejas de buscar el «por qué» y te centras en el «para qué», cuando relativizas el 90% de tu día y te centras en lo que tienes y no en lo que no. Ese día, no lucharás, ni supondrás ni planearás, sencillamente vivirás.