Saber despedirse

Renunciar, alejar, apartar, esparcir…

No creo que en las despedidas. Despedirse de alguien es saber por adelantado que no le vas a ver más. Por ello, cada vez más, reniego un poco de los ritos, protocolos y demás procedimientos para decir adiós. Aunque en el fondo, sea un hasta la vista.

Mirando a Elena con pañuelo vintage

Siempre he pensado, que las personas no se van de nuestras vidas, sino que parte de ellas viven en nuestro recuerdo y un poco en la forma que tenemos de hacer determinadas cosas, y de tratar a las personas. Algo intrínseco, imperceptible y poderosamente mágico vive en forma de luz en alguna parte de nuestra alma. Aplico la generalidad a las que están pero no quieren estar junto a ti y las que irremediablemente la vida para ellos ya ha terminado, o empezado; según se mire.

Cuando alguien se va a ir, lo sabes. Algo no brilla con la misma intensidad, no tiene el mismo color o incluso es la mirada quien te avisa que ya nada será como antes. Vives en la incertidumbre constante de no saber cuándo dejarás de verlo/a.

Y es entonces cuando se va. Con la misma ligereza y parsimonia con la que se vivía los últimos días a su lado. Y descansa. Esta palabra, ya en su conjunto trae irremediablemente paz. La misma, la que a veces, no encuentras entre tanto barullo, pero está, un viernes de junio en el salón de tu hogar.

Los que se van, siempre están. En forma de recuerdo, en forma de pañuelo vintage, en forma de bolso, de vestido, de abrigo de felpa bueno, de los que pesan y quitan frío…

Por ello, no se me ocurre forma mejor, que seguir acordándome, de vez en cuando, de estos momentos; de los domingos… y de prácticamente, toda una vida fragmentada en anécdotas e instantes fugaces que me acompañan allá donde voy.

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