Aprendí a saborear cada copa, cada tapa y cada momento compartido con mis amig@s. Volví a sentirme privilegiada por seguir siendo parte de un todo aunque a veces algunas piezas se hayan perdido por el camino. A escucharme primero para luego poder decir no con firmeza y rotundidad.
A ser más libre sin perder la esencia y la inocencia que siempre me acompañaron. Fui más pausada y menos ansiosa. Y descubrí que no siempre fin de semana es sinónimo de salir.
Deje de pintarme los labios, para centrarme más en los ojos del que mira y en los ojos que son mirados. Me desprendí de los abrazos (tan necesarios) y los besos y aprendí a transformar palabras en el amor más puro y limpio que puedas imaginar.
De vez en cuando sigo haciéndome las mismas preguntas y alguna que otra vez vienen los mismos pensamientos, pero he aprendido a confiar en el azar o en lo que tenga que venir y acoger cada cambio y cada decisión como la mejor de las opciones.
Dejé de planificar a semana vista para hacer planes con dos días u horas de antelación .Y volví a conducir. Y a escuchar los discos de Shakira mientras lo hacía.
Hay cosas que se han parado, y otras, que irremediablemente no volverán a ser como antes. Por eso, ante la desorganización mundial, la falta de empatía y responsabilidad colectiva, me dedico a fluir, a reordenar mi caos personal para que este, sin duda, sea el mejor de mis momentos.