El verano está sobrevalorado. Se nos inculca “descansar” de seguido cuando lo ideal es descansar en mitad del camino. Los mejores viajes siempre son atemporales. Es un finde cualquiera, un puente marcado o unos días Santos.
Tenemos que estar alegres, ser sociables y salir hasta tarde solo porque es verano. Y “en verano la gente disfruta”, bueno, a ver, según se mire. Los mejores destinos siempre son mejores fuera de temporada. Y no me refiero al tema económico, sino al hecho de disfrutarlos en su esencia, desprovisto de turistas y en calma. No hay foto postureo ni reservas anticipadas, solo perderse es suficiente para darte cuenta de la inmensidad que tenemos ante nosotros.
Tenemos que estar conectados a la estación estival desde la emoción, y a mí, que no me sale. Por temas varios y temporales que no vienen al caso, me cuesta comulgar con esa frase de “El Verano es para disfrutar” entonces, ¿qué hacemos el resto del año?
Tengo conflictos internos con la estación en cuestión que seguramente en otro contexto vital no los tendría. Pero ahora sí, vaya por Dios. En trámites de aceptar el “ideal” de verano, me veo inmersa en días de teletrabajo, piscina, algún que otro plan y esperando nuevamente a esas vacaciones agosTILES que me recomiendan coger. Buenas fechas para no hacer nada, salvo terminar los libros pendientes, no pensar en exceso y seguir aceptando el flujo vital que me acontece. Nada nuevo, salvo yo, que cada año me metamorfoseo en una versión diferente, adaptada a los nuevos tiempos que corren. No sé si buenos o no, prefiero observarlos, descubrirme y pensar a posteriori que no fue para tanto.